Conócete a ti mismo
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Fortalecer nuestro sentido de identidad implica responder a la pregunta “¿Quién soy yo?” … y esta no es una pregunta del todo fácil… ¿Qué de mí es lo que permanece?
La “mismidad” es una palabra que significa “lo que permanece”, “lo que es siempre lo mismo”. Cuando fortalecemos nuestra identidad, aprendemos a identificar las características que nos definen en todo tiempo y en toda circunstancia: no solo en los buenos momentos o en los malos, no solo cuando éramos niños o cuando llegamos a ser mayores.
El sentido de mismidad se alimenta de nuestros valores: esos atributos que no estamos dispuestos a sacrificar. ¿Queremos ser personas justas? ¿Ser personas atractivas? ¿Ser seres humanos responsables? ¿Ser alegres, o valientes, o espirituales, o inteligentes, o populares, o exitosos? Esos anhelos profundos definen nuestras formas de tomar decisiones y, por ende, de actuar con respecto a nosotros mismos y hacia los demás.
Para saber en qué persona queremos convertirnos, necesitamos entender primero qué persona somos. “Conócete a ti mismo” sería imposible si no se parte de la premisa “acéptate y ámate a ti mismo”.
La autoestima , entonces, no es un “auto engaño”, en el que la persona se convence de ser mejor de lo que en realidad es. Gastón de Mézerville define la autoestima como “(…) la percepción valorativa y confiada de sí mismo, que motiva a la persona a manejarse con propiedad, a manifestarse con autonomía y a proyectarse satisfactoriamente en la vida.”
Los frutos de una autoestima saludable incluyen:
• Seguridad en uno mismo,
• Un sano sentido de responsabilidad
• La capacidad de estar constantemente creciendo en madurez
Ese deseo de estar, constantemente, creciendo en madurez, nos permitirá conocernos lo suficiente como para enfrentar nuestras debilidades y potenciar nuestras fortalezas. Después de todo, las personas maduras aprenden a perseguir la felicidad con paz, aprenden a ser solidarias y comprometidas con sus comunidades humanas y traen esperanza a las personas que les rodean.
